Hemos estado dialogando con el futuro
Guerras semánticas, construcción del logos y territorialidad del internet (decimonovena parte)
Este artículo fue publicado originalmente en la revista mexicana “etcétera” en febrero del 2017.
Creemos en el futuro. Hemos creído en él como la única fe que nos queda.
Si bien es verdad que el futuro es incognoscible e invisible, no todo lo incognoscible e invisible contiene el futuro o le pertenece. Lo incognoscible y no evidente contiene al mismo tiempo todo aquello que espera ocurrir, lo inminente y lo irresuelto, pero también aquello que ha estado allí, persistente en su ocultamiento, alejado del teatro de lo cognoscible y por lo tanto incapaz de colocarse en nuestro pasado o en nuestro presente. El futuro está cifrado en sus consecuencias y en su arquitectura tanto como el pasado lo está en sus motivaciones y en su intelecto profundo, ambos sólo cognoscibles a través de los ojos de la ideología y, por lo tanto, artífices de alguna de las formas de la miopía o del engaño deliberado. El futuro por su parte es un nivelador del imaginario y, por lo tanto, trasciende a lo ideológico en tanto sólo puede servir como materia de desengaño: aún las ideologías más sólidas se muerden la cola cuando afirman haberse adelantado a su tiempo, haber anticipado los resultados de la realidad, los de la quiniela deportiva o los vericuetos de la historia por venir.
Posiblemente sea por esa naturaleza de “desengaño” que solemos atribuir al presente que aplazamos permanentemente la llegada del futuro. El presente nunca contiene la sensación de arribo sino de peripecia, nunca tiene el color de lo concretado sino de lo inminente y, en ese sentido, todo está siempre por ocurrir y su ocurrencia pasa casi siempre desapercibida, tal vez porque no nos ocurre a nosotros, tal vez porque no ocurre como lo habíamos anticipado o tal vez porque nos ocurre en lo cotidiano y lo cotidiano nos es invisible.
Nuestra concepción del futuro, particularmente en el pensamiento contemporáneo (posmoderno, si se quiere), acude a una permanente ubicación de su concreción y de su ocurrencia en los niveles del pensamiento, de la materia y del tiempo; es decir en la poiesis, particularmente en el sentido heideggeriano de devenir verificable, de arribo a un estado no transitorio, de florecimiento. Y nos hemos educado para mirar a la tecnología como la vara con la que medimos esa trasformación, ese arribo, quizás como consecuencia de una idea maquinal heredada de la era industrial, quizás porque el pensamiento humano se sirvió de la invención como materialización del ingenio para fundamentar su vanagloria.
Ya sea que la tecnología nos afecte con su relumbrón en las sociedades hiper-tecnológicas, ya sea que nos sorprenda sentados sobre un atado de paja en el medio del impávido tercer mundo, la tecnología es quizás, al mismo tiempo que nos afecta profundamente, una de las cosas que somos más susceptibles de asimilar; no importa si lo hacemos a través de una convulsa veneración o de una profunda indiferencia. “Toda tecnología está destinada al aburrimiento”, me murmura cada tanto la mujer a la que amo, mientras se ríe del fracaso comercial de los últimos modelos de Iphone; y yo asiento pensando que quizás la dependencia que tenemos de lo tecnológico no sea, ciertamente, sino una de las formas más totales del aburrimiento. No deja de recordarme a esa pedantería culterana que venera al libro pero que no lee, a esa agresiva preocupación por el medio ambiente que avanza montada en su camioneta 4×4, a todo humanismo sujeto a las veleidades de una agenda. No deja de recordar, pues, a la ideología.
Pienso en todo lo que no ha arribado, en toda esa poiesis incumplida; no importa si la desilusión nos viene desde la vena cyberpunk que añora los paisajes lugarcomunescos de “Blade Runner”, o desde el grosero materialismo no dialéctico que añora los tenis autoajustables o las patinetas y los autos voladores de “Back to the Future”. Pienso en todas las colonias espaciales que no han sido y que no serán, en los futurismos fascistoides que soñaban mundos ordenados en una paz milimétrica y sin convulsiones, en los estados mundiales de Huxley o Wells. Una quiniela perdida, quizás no por todo lo que no ocurrió ni va a ocurrir, sino aún más por lo que ya ocurre y somos incapaces de ver, por lo que ya ha llegado y tan pronto como ha arribado nos ha aburrido, borrándose así del mapa de nuestra sorpresa y de nuestra idea de futuro.
Quizás lo que no está ocurriendo es nuestra mente, nuestra comprensión de las cosas. Quizás somos nosotros los que no llegamos ni en el pensamiento, ni en la materia, ni en el tiempo, a un futuro que ya está, que ocurrió, que nos supera.
Hace poco, Sarah Nyberg[1] dejó entrever las posibilidades del diálogo político dirigido por bots a través de un experimento llamado “@arguetron”; un dispositivo programado en Javascript que, usando la librería Tracery (un pedazo de código que rastrea trend topics y los términos semánticos ligados a ellos), genera de manera automática tweets que buscan provocar particularmente a los miembros de los grupos de la derecha más recalcitrante y que jugó de manera muy intensa durante las elecciones presidenciales estadounidenses. El bot tiene varias particularidades pero la más sobresaliente es la de que sus “opiniones” autogeneradas son casi siempre neutrales y se asemejan mucho a las que sostendría una persona, digamos, políticamente correcta en el presente contexto mundial. Otra particularidad es la de que el total de sus interacciones (las que tuvo antes de ser revelado el hecho de que se trata de un bot, lo que llevó al experimento a decaer irremediablemente y a ser sólo continuado por algunos despistados que no se han enterado) fueron intercambios con personas intensamente ligadas a los más bajos fondos de la derecha ultra nacionalista y partidaria de la supremacía blanca estadounidense. La izquierda liberal o radical no pareció mínimamente interesada en el bot, ni siquiera para defenderla (el bot adoptó el nombre “Liz” para su personaje digital) de los durísimos ataques que los neo nazis le prodigaban.
@arguetron tenía clarísimo que no podía agredir ni confrontar: únicamente replicar, argüir, sin responder de modo alguno a los crescendos emocionales de sus adversarios, lo que la hacía aún más irritante y, por supuesto, lo que provocaba que las discusiones se prologaran a veces por semanas enteras en argumentos cíclicos, repetitivos, extenuantemente previsibles, siendo siempre los participantes humanos quienes abandonaban por cansancio.
¿Una unidad de código ganando un debate político en la esfera pública humana? Podríamos aceptar el argumento de que el bot no le ganó precisamente a la parte más brillante de la humanidad, ni a la que se espera más articulada o instruida pero, ¿qué nos dice que @arguetron haya sido capaz de la más neutral de las correcciones políticas, qué nos dice que sus argumentos le vengan como anillo al dedo a todas las ideologías que hoy delinean lo que entendemos como “el humanismo”?
¿Nos estará diciendo algo o, en todo caso, es sólo una forma del silencio?
¿Es, quizás, el futuro mirándonos llegar y no llegando?
Daniel Iván
www.danielivan.com
[1] Sarah Nyberg es una cyberactivista transexual muy popular y controvertida a quien, entre otras cosas, se le atribuye un gran poder por sus opiniones críticas en las discusiones Gamergate –un trend topic mundial que discute problemas de sexismo, agresividad y exclusión en la industria de los video juegos– y a quien, al mismo tiempo, se le ha acusado de pederastia por la publicación de registros de conversaciones en salas de chat de los años noventa. Nyberg es para muchos la definición misma de los horrores que subyacen en los rincones más oscuros de internet y para muchos otros una especie de nuevo Aaron Swartz (uno de los niños prodigio de la última generación de codificadores).
