Errico Malatesta
Una de las más altas ideas del anarquismo (además de las vociferaciones del rabioso Mikhail Bakunin y del mutualismo no dialéctico de Proudhon) es la profundamente humanista enunciación de Malatesta: el anarquismo como ideal ético cuyo único terreno propicio es la más completa de las solidaridades entre los seres humanos.
La idea de Malatesta lleva implícito un enfrentamiento con los actuales razonamientos simplistas que ven al anarquismo como sinónimo de desorden, agresión y caos (sea desde el horror o el diletantismo) y con aquellos de la clase media iluminada, que alcanzan apenas a articularlo como sinónimo de «libertad absoluta» a la manera de las telenovelas mexicanas estilo «rebelde». Se enfrenta igualmente, en su tiempo y aún hoy, con la incierta carga utilitaria que llevó a pensadores como Kropotkin o aún al mismo Bakunin a intentar integrarse por todos los medios a una internacional comunista -o en el caso de Kropotkin, incluso al estado bolchevique-, que siempre terminó traicionándolos, encarcelándolos o, en el mejor de los casos, viéndolos como enemigos utilizables/explotables.
«Rechazar la opresión, desear ser libre y desarrollar la propia personalidad hasta su total realización, no es suficiente para hacer de uno un anarquista. Esa aspiración por una libertad sin límites, si no está atemperada por el amor a la humanidad y por el deseo de que todos disfruten de igual libertad, puede muy bien crear rebeldes que muy pronto se convertirán en explotadores y tiranos».
Errico Malatesta.
Malatesta, en cambio, pasaba por completo del gran montaje organizacional de la revolución. Concebía un actuar personal no individualista, a diferencia del actuar masivo/individualista del comunismo (individualista porque siempre quiere ser el estado; es decir, convertirse en autoridad y dictadura) y/o del anarquismo individualista, que aspira a la disolución de la autoridad para la afirmación del individuo. Las ideas de Malatesta no llegan como largos libros escritos en la comodidad del entorno de clase (como las del príncipe Kropotkin o las del bourgeois bienpensante Marx) sino como aportaciones a discusiones o discursos pronunciados al calor de la huelga y la revuelta; es decir, sus ideas ya eran en sí mismas acciones solidarias, acompañamientos.
Su sindicalismo es impecable. El sindicato, dice, no importa sino como herramienta, nunca como fin. Al mismo tiempo, reivindica la acción social directa y llama a apoyar al sindicato o a fundarlo donde no lo haya (principio, por cierto, que hoy debería abarcar cualquier otra forma de organización mutualista, como las comunidades autónomas, los comités vecinales o las radios comunitarias, p.e.); y fundarlo, claro, bajo el principio de no autoridad y no dominación. Malatesta es, en todo caso, el más difícil de todos los teóricos anarquistas: es el que más claramente enuncia el carácter plausible de la utopía, cosa que no le gusta mucho a quienes hablan la utopía para imponerse a otros. La utopía de Malatesta es profundamente pacifista: se llama amor. En Errico Malatesta, en todo caso, encontramos la primera enunciación racional y política del amor.
«Al decir ‘espíritu anarquista’ me refiero a ese sentimiento profundamente humano que tiende al bien general, a la libertad y a la justicia para todos, a la solidaridad y al amor entre las personas; y que no es una característica exclusiva de quienes se auto declaran anarquistas, sino que inspira a todas las personas que tienen un corazón generoso y una mente abierta».
Errico Malatesta, Umanita Nova, 1922.
La palabra amor, tan sucia y manoseada hoy, provoca que muchos patanes califiquen a Malatesta de bonachón e ingenuo, que lo minimicen como a un idealista poco pragmático y enternecedor.
Sin embargo, el amor en Malatesta es un amor que problematiza, que confronta; y, sobre todo, un amor que compromete: compromete a ir por donde haga falta para comunicarlo (Malatesta participó en revueltas y huelgas en Italia, Egipto, La Habana, Rumanía, Francia, Inglaterra, etc.), compromete a hacer a los otros solidariamente partícipes de él, compromete a todo preso a intentar el escape de cualquiera que sea su prisión (su fuga de la prisión de Lampedusa da para una película más articulada que Matrix).
Daniel Iván.
