El estado y la masacre
Da un no se qué de asco leer a quienes, haciéndose los ingenuos, acusan una «ausencia del estado», un «estado fallido», frente al horror, la masacre, la opresión delincuencial, el ocaso de los sueños, la fosa común.
Mienten. No hay expresión más perfecta del estado y sus haberes que esa urgencia de muerte, ese revoltijo de miedo pornográfico. Eso es el estado. Esa es su presencia. Esa es su razón de ser; si se puede llamar razón a la más perfecta de las barbaries. A eso salen a votar cada tanto, quienes lo hagan, como sintiendo que le cumplen a la historia. A eso acuden a pagar en fila, quienes lo hagan: en eso se convierten sus impuestos. A esa muerte es a la que le aplauden los discursos, quienes lo hagan, sea que vengan con el balbuceo asesino de la derecha o con la retórica hipócrita y mafiosa de la izquierda. A eso le van a guardar ahora un silencio respetuoso, quienes lo hagan, omitiendo para su comodidad las muertes de los jóvenes de Ayotzinapa; no vaya a ocurrir que el horror les entre en su vida, tan cómodamente cebada a base de votos y de impuestos y de aplausos y de silencios.
Eso es el estado, esa es su justicia, esa es su moral; ya lo dijo Proudhon, lo decimos ahora nosotros.
Habría que decirlo hasta el cansancio.
